Siempre
es difícil escribir ante una hoja en blanco. Más, cuando tienes un batiburrillo
de ideas en la cabeza que no sabes cómo ordenar para darles un sentido común. A
esto he de sumar que para hacerlo de manera cómoda con la sandía tamaño XXL que
tengo adosada a mi abdomen, he necesitado nada más y nada menos que 4 cojines
para conseguir una postura mínimamente aceptable.
Esta
semana he tenido una serie de altibajos anímicos que me han hecho plantearme si
ponerme un casco para el chocazo o comprarme un billete a Canadá.
Empecé
la semana con un estado anímico bastante pésimo. Pero el martes morning se
resolvió como por arte de magia. En la puerta del ambulatorio me encontré por
fin a alguien a quien llevo tiempo (años) diciendo que algún día conocería en
persona sin necesidad de concertar una cita previa (solemos frecuentar los
mismos lares con días, horas o incluso minutos de diferencia). Y así fue, no
podía ser en otro sitio más peculiar que entre las puertas de entrada-salida
del centro médico. (El lugar de presentación es digno de análisis). Enrique
Tarragó, uno de mis más fieles piropeadores online y mi más admirado bloguero,
entraba cuando yo salía. “Eres más guapa en persona”, se atrevió a mentir. Intercambiamos
4 frases rápidas y cada uno a su faena. Un encuentro tan breve y sin embargo me
hizo sonreír buena parte de la mañana olvidando por completo lo que me había hecho
entrar al ambulatorio esa misma mañana.
Y
entonces piensas: ¿cómo alguien que a penas te “conoce” puede sacar una varita
mágica y cambiar tus emociones en cuestión de un segundo?
Pues
no lo se, pero puede. Y tanto que puede.
La
semana en general no continuó siendo demasiado buena. Siempre con la sensación
de fallar a los que más nos necesitan. De estar convirtiéndote en un ser egoísta
y no poder/querer cambiar eso. Estoy en proceso de convencerme de que YO soy lo
primero para MÍ. Y eso no sé si es bueno o malo. Pero fácil os aseguro que no
lo es.
A
pesar de todo eso, hay gente que está peor que yo. Y que a pesar de todos mis
defectos, me quiere. Y a mí eso es algo que me sigue sorprendiendo de forma
espectacular. Que alguien se preocupe por saber que me gusta y que no. Que me
apetece y que no. Cómo me encuentro. Que se planteen cambiar la ruta hacia su
casa por llamar a mi timbre. Que dejen cualquier plan por pasar unas horas
conmigo. CONMIGO!!
Que
monten todo un espectáculo de luz y color (nunca mejor dicho) por y para mí. Que
impliquen a padres, madres, maridos e hijos. Que sacrifiquen horas de su
tiempo. Que se organicen en secreto. Que hablen de mí… Es algo que me descoloca
de tal manera que me bloquea. No se demostrar mi gratitud en ese momento y me “aturullo”.
¿De qué manera se puede agradecer algo así?
Todos
conocemos esa frase que dice que “a la familia no la elegimos, a los amigos sí”.
Pues yo puedo decir que si pudiera haber elegido a la familia, habría elegido
a la mía. Pero es que encima he tenido la puñetera suerte, de encontrar a amigos
a los que incluyo en esa “familia” con los ojos cerrados.
Os quiero a todos…
A los de siempre y a los nuevos.
A los que achucho a diario y a los que achucho sólo muy
de vez en cuando.
A los que me consienten demasiado y a los que me bajan de
las nubes.
A los que van y vienen y a los que se quedan.
A los que me encontré por casualidad y a los que busqué.
A todos: gracias!